Por ahí del 2018 tuve la experiencia de irme a vivir solo, fue algo que tuve que hacer por necesidad y de manera repentina.
Pensé que por haber tenido una infancia en donde mi mamá solía salir a trabajar todo el día y me quedaba solo en casa, iba a ser fácil acostumbrarme a vivir solo, además, de que yo tenía amigos muy cercanos.
Pero no fue así, después de unos meses cuando me sentía cómodo y contento de vivir solo, empecé a sentir lo opuesto, me sentía triste y abandonado, me sentía solo.
Recuerdo que los primeros años fueron de mucho tormento, la ansiedad, la tristeza, la depresión me empezaron a invadir, ¿por qué le pasaría algo así a un hijo de Dios?, servía en la iglesia, ayudaba a jóvenes, y aún así experimenté ese sentimiento de soledad.
Me empecé a aislar de la gente, me desmotivaba muy fácilmente, mi rendimiento tanto laboral como personal empezaron a decaer, cuando iba a los grupos de la Iglesia sentía que lo hacía sin pasión, y recuerdo que en pandemia las cosas empeoraron más, al no tener contacto con nadie, ese sentimiento me empezaba a consumir más y más, justo cuando estaba por tomar malas decisiones, escuché el salmo 139:7 que decía: “¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu! ¡Jamás podría huir de tu presencia! Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo a la tumba, allí estás tú. Si cabalgo sobre las alas de la mañana, si habito junto a los océanos más lejanos, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu fuerza.”
Salmos 139:7-10 NTV
Que refrescante fue para mi alma, entendí que Dios estaba al cuidado de mí y que Él siempre estará en todo momento junto a mí, incluso en mis momentos mas oscuros.. pero también aprendí otra lección importante.. No es bueno aislarse! Necesitamos a otros, necesitamos buscar ayuda y también consejos para tener más claridad en esas situaciones de la vida.
Si estás pasando por un tiempo de soledad, no te quedes ahí, te motivo a que buques ayuda, busca a alguien con quien hablar, no te quedes solo y recuerda.. Dios está siempre, 24/7, a la espera de escucharte y consolarte.
Por: Alejandro Blandón