Red de Vida

Moras en maceta

Pastora Eugenia Rodríguez – Pastora General

Me gusta sembrar y cuidar las plantitas.  No siempre es un asunto fácil, conlleva mucha paciencia, cuido, tiempo, amor, dedicación, inversión, etc. 

Cuando sembramos plantas que dan fruto comestible, al comerlo o compartirlo con otros, sabiendo que es el fruto producido de nuestro trabajo, está claro que,  nos da una gran satisfacción.

El no ver fruto, causa  tristeza, decepción y un sentimiento de dejarlo y no volver a trabajar en la planta(s). Sin embargo, el sembrador y amante de la agricultura posee algo muy especial que se llama paciencia y lo intenta una y otra vez hasta lograr ver el fruto. Asimismo, Dios siempre nos está dando oportunidades de dar fruto para Él en cada circunstancia de nuestra vida.

Dios, en el Antiguo Testamento llamó a Israel “plantío”, siempre esperó de ellos ver fruto y verles fuertes y hermosos, y en el Nuevo Testamento también se refiere a la iglesia como árboles de los cuáles espera que den fruto de almas, de justicia y de su Espíritu Santo en nuestras vidas.

El Señor Jesús se refirió a la iglesia como una planta de uvas, siendo Él mismo el tronco  y nosotros las ramas o pámpanos de los cuáles, espera que demos fruto. Y el Padre, como el gran Labrador que la cuida (San Juan 15).

Hace un tiempo atrás, sembré una planta de moras en una maceta grande, es una mora especial a la que llaman Morera, es un arbustito de un metro y medio aproximadamente; nunca imaginé que llegara a dar fruto en una maceta, mi idea era sembrar el estacón y esperar a que se hiciera un arbolito, luego trasplantarla a tierra firme para poder disfrutar de una rica cosecha. He tenido  que cuidarla mucho limpiándola y librándola de insectos, hongos y fertilizando su tierra.

Mi mayor sorpresa, fue cuando el pequeño arbusto solo tenía unas cuantas ramas y su tamaño no llegaba al medio metro y empezó a producir moras, y cada día las vi formarse e ir creciendo y madurando hasta estar listas para comerlas, saciar mi paladar y tener la satisfacción de que la planta lo produjo para mí.

Todo esto me hace reflexionar en nuestro Padre y Señor Jesucristo cuando habló de esa Vid verdadera en comparación con su iglesia y el fruto que espera de nosotros, y no solo el fruto sino nuestra dependencia a Él como pámpanos o ramas en gratitud a su amor y cuidado, y a la vida Eterna que nos regaló cuando fuimos plantados en su Jardín por medio de su Espíritu.

Cuando hablamos de fruto del Espíritu Santo en la vida de un cristiano, hablamos de una vida parecida a la de Cristo, por eso se dice que el fruto del Espíritu Santo es el carácter cristiano.

No importa si el Padre o Labrador te sembró en una maceta, o si te sembró en un terreno grande y espacioso, Él siempre va a esperar que le demos el fruto que podamos producir no importa las circunstancias, sino en amor y en agradecimiento porque le pertenecemos. Jesús dijo:

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

Juan 15:1-5

Dios espera que demos fruto de almas y fruto del Espíritu Santo en nuestra vida como hijos que somos.

Moras en maceta

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